En mis andares por la vida encuentro personas que sienten que las bibliotecas ya no tienen sentido en estos tiempos. Piensan que con la velocidad del Internet, con libros digitales, con herramientas como Wikipedia o Google, quedaron atrás esos tiempos cuando los niños debían consultar libros y enciclopedias para hacer sus tareas. A veces yo mismo me lo he preguntado: ¿las bibliotecas han quedado obsoletas?
Aunque aún no sepamos la respuesta, los presupuestos para las mismas se recortan con frecuencia, y miles de libros son descartados semanalmente para hacer espacio en los estantes. El público concuerda: las bibliotecas se encuentran cada vez más vacías y su destino luce incierto. Me topo con algunas donde ninguno de los usuarios está leyendo un libro. Están en sus laptops o teléfonos celulares, otros jugando juegos de mesa, debatiendo en los cubículos de estudio o incluso descansando, pero no leyendo.
La situación es triste. La gente lee cada vez menos: las encuestas nacionales de lectura lo demuestran. ¿Eso hora de decirle adiós a las bibliotecas? ¿Son un gasto inútil que beneficia a unos cuantos y en lo que no vale la pena invertir? A pesar de estas señales y una tendencia hacia el abandono, creo que no debemos apresurarnos: aún tienen mucho qué ofrecernos.
Las bibliotecas son bóvedas del conocimiento. Así como Estados Unidos posee miles de lingotes de oro en Fort Knox para respaldar su moneda, también tiene su Biblioteca del Congreso, que contiene la mayor parte de los libros publicados en el país. Son herramientas indispensables para generar más conocimiento. Si nos deshacemos de ellas, sería como vaciar nuestras bóvedas de oro, dejaríamos un hueco difícil de llenar.
Tarde o temprano, muchos libros dejan de circular. Sus ediciones se agotan y dejan de imprimirse. Si no se encuentran en bibliotecas, ¿cómo podría alguien consultarlos? ¿Cómo saber que existieron? ¿Cómo tendrán influencia en este mundo? Es verdad que hay muchísima información en Internet, pero millones de libros no se digitalizan aún y no se encuentran disponibles en la red.
Por otra parte, algunos libros son muy caros. No están al alcance de cualquiera, sobre todo si queremos varios de ellos: el costo se suma rápido. Las entran al rescate permitiendo acceso a bajo costo y ayudan a que los lectores descubran nuevos títulos.
Perder las bibliotecas significa perder parte de nosotros. Es un asunto grave, pero creo que es más grave que la sociedad ni siquiera se da cuenta de la pérdida o piense que no importa. No estoy contra Internet, para nada: es una herramienta increíble. Pero temo que los libros se transformen, aún más, en un artículo de lujo solo accesible a las clases altas, como ya lo eran antes. Sería trágico desandar un camino de siglos.